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Por Poder Ambiental

Su nombre lo dice todo. Las “zonas de sacrificio” nada positivo pueden significar. 

Estas áreas, en apariencia destinadas al progreso industrial, han sido testigos silenciosas de la desigualdad ambiental y social. 

El término sugiere que, en la búsqueda del desarrollo económico, se sacrifica el bienestar de comunidades enteras (que suelen ser de bajos ingresos), dejando a su paso estragos en el entorno natural y en la salud de quienes lo habitan. 

No obstante, tras esta sombría descripción, emerge la necesidad apremiante de transformar estas zonas de sacrificio en espacios donde la justicia ambiental y la sostenibilidad se impongan, y donde el resguardo de la vida y el medioambiente se conviertan en una prioridad ineludible.

¿Qué es una zona de sacrificio?

Una zona de sacrificio es un lugar donde existe una concentración masiva de industrias —químicas, metalúrgicas o de extracción— generando un entorno propicio para el desarrollo económico, pero a expensas de la calidad de vida de sus habitantes y del equilibrio ambiental.

¿De dónde viene el concepto? 

El concepto de “zonas de sacrificio” tiene sus raíces en el periodo de la Guerra Fría, vinculado a la proliferación de áreas gravemente contaminadas por la minería de uranio para la fabricación de armas nucleares. 

En el contexto chileno, estas áreas se caracterizan por albergar actividades industriales intensivas: centrales termoeléctricas que funcionan mayormente a carbón, fundiciones, terminales portuarios, industrias petroquímicas, pesqueras, refinería de petróleo, por nombrar algunas. 

El problema es que, por décadas, múltiples zonas —como Quintero-Puchuncaví, Huasco, Tocopilla, Mejillones y Coronel— han sido marcadas por una degradación ambiental tan significativa, que ha creado una compleja red de desafíos que va desde la contaminación atmosférica y del agua hasta la degradación del suelo y los efectos nocivos para la salud.

Recordemos que en esas áreas de sacrificio se liberan elevadas cantidades de sustancias potencialmente tóxicas como:

  • Material particulado.
  • Arsénico.
  • Dióxido de azufre.
  • Dióxido de carbono.
  • Dióxido de nitrógeno.
  • Óxido de nitrógeno.
  • Metales pesados como el mercurio.

Por eso, el concepto de zonas de sacrificio es evocador (y no en el buen sentido), pues refleja la dura realidad de comunidades marginadas y con bajos ingresos, cuyos derechos a un entorno saludable son subordinados a los intereses económicos, desencadenando impactos devastadores en su bienestar y en el ecosistema.

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¿Cuántas zonas de sacrificio hay en Chile?

En Chile no existe una calificación oficial de zonas de sacrificio, pero se  reconocen extraoficialmente 5 zonas que cumplen con las características. De norte a sur son: 

  • Tocopilla (Región de Antofagasta)
  • Mejillones (Región de Antofagasta)
  • Huasco (Región de Atacama) 
  • Quintero-Puchuncaví (Región de Valparaíso)
  • Coronel (Región del Biobío)

Sin embargo, hacia el norponiente de Santiago también hay otra: Tiltil. 

Esta zona, en la década de los 90, se destinó a acoger industrias consideradas peligrosas y contaminantes, tales como carboneras, vertederos de basura, molienda de carbón, planta de biosólidos (residuos orgánicos producidos del tratamiento de aguas servidas), entre otros. 

Se considera a Tiltil como zona de sacrificio, ya que su comunidad enfrenta desafíos similares a las otras áreas mencionadas, en términos de contaminación y riesgos para la salud. 

No obstante, es posible que —a lo largo del territorio nacional— también haya otras zonas que, eventualmente, pudieran catalogarse como de sacrificio. 

La razón es simple: hoy por hoy existen localidades en las que se ha privilegiado el desarrollo de actividades productivas a gran escala por sobre la protección ambiental, soportando la población desproporcionadas cargas ambientales a cambio de escasos o nulos beneficios.  

¿Cómo surgen las zonas de sacrificio en Chile?

Las zonas de sacrificio han surgido a raíz de decisiones estratégicas en busca del desarrollo económico e industrial del país. 

No obstante, la realidad revela una contradicción evidente. Un desajuste entre las aspiraciones de progreso y los efectos adversos para la salud de los habitantes y el medioambiente, planteando serias interrogantes sobre la sostenibilidad del enfoque. 

Zonas de sacrificio: efectos en la salud y el medioambiente

En una zona de sacrificio todo y todos están expuestos a la contaminación, día y noche, las 24 horas. 

  1. La vegetación sufre daños por la deposición de sustancias químicas tóxicas, que compromete la fotosíntesis y afecta la salud de las plantas y de los seres humanos que las consumen.
  2. La fauna se ve expuesta a la degradación del hábitat de animales silvestres y al impacto en su salud y reproducción, alterando a su población y las interacciones ecológicas.
  3. El aire se ve comprometido por la emisión de contaminantes atmosféricos, que pueden causar lluvias ácidas, nubes de color verde-amarillo y la formación de smog, que contribuyen a empeorar la calidad del aire y a exacerbar el calentamiento global y los problemas ambientales.
  4. Los cuerpos de agua, vital para la vida silvestre, son amenazados por la presencia de contaminantes, afectando a animales marinos y generando desequilibrios en los ecosistemas.
  5. El suelo experimenta efectos perjudiciales debido a la acumulación de sustancias tóxicas, que afectan la fertilidad del suelo y ponen en riesgo, entre otros, a la agricultura y los organismos que viven en la tierra.

¿Y cuáles son las consecuencias para las personas? 

Las personas que viven en áreas de sacrificio se exponen seriamente a enfermedades respiratorias, cardíacas y neurológicas. 

Veamos algunos ejemplos.

Riesgos en Quintero-Puchuncaví

Unos 15 días antes de que en junio de 2022 se anunciara el cierre de la planta de fundición de la Corporación Nacional del Cobre (Codelco) en el Complejo Industrial Ventanas, más de 100 personas —la mayoría niños— mostraron síntomas de intoxicación: dolor de cabeza, náuseas y diarrea.  

En 2018, hubo un episodio todavía peor:  al menos 1.400 personas intoxicadas en apenas 2 meses (también la mayoría infantes).

Pero los efectos vienen sintiéndose por décadas en esa localidad, e incluyen las afecciones neurológicas. 

Los centros de salud pública, por su parte, atienden cada mes una serie de consultas por la exposición prolongada a distintos contaminantes, y las mujeres son más propensas a desarrollar patologías como el cáncer de mama y cervicouterino. 

De hecho, en 2022, se publicó un estudio, realizado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Valparaíso, que detectó que las personas que viven en las comunas de Quintero y Puchuncaví tienen 2,8 veces más riesgos de presentar fallas en el gen encargado de proteger del cáncer. 

Lo anterior, en comparación con individuos que viven en localidades cercanas, donde los niveles de arsénico en el suelo (junto con otros elementos como cobre, plomo y zinc) son aceptables o bajos.  

Otros estudios han arrojado que los niños de Puchuncaví son más propensos a desarrollar cáncer que los adultos, y que el tolueno incide en la tasa elevada o frecuente de abortos espontáneos.

Riesgos en Tocopilla

En Tocopilla también prevalecen enfermedades como el cáncer, además de intoxicaciones, enfermedades pulmonares y respiratorias. En cuanto a estas últimas, las más importantes son la neumonía y la enfermedad obstructiva pulmonar crónica. 

  • La mayoría de las enfermedades respiratorias se presentan en menores de 5 años y en adultos sobre 65.
  • El mayor riesgo es la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, seis veces más alto que en Iquique. 
  • Otro de los riesgos es la muerte por tumores malignos en tráquea, bronquios y pulmón. Un 172% más alto que el promedio nacional.
  • Atenciones de pacientes con patologías crónicas en vías respiratorias y enfermedades isquémicas del corazón duplican a las del promedio en Chile.

Fuente: Vivanco, E. (2022); Zonas de sacrificio en Chile: Quintero-Puchuncaví, Coronel, Mejillones, Tocopilla y Huasco, Biblioteca del Congreso Nacional. 

Riesgos en Huasco

En esta localidad, expuesta por años a centrales termoeléctricas y al vertimiento de relaves mineros arrojados al mar (siendo esta última puesta a término definitivo), se observa un riesgo superior a morir por enfermedades cardiovasculares. Exactamente un 71% más que el resto de las personas que habitan en Chile. 

En Huasco también hay: 

  • 3,8 veces más de riesgo de fallecer por enfermedades cerebrovasculares.
  • 53% más de posibilidades de contraer una enfermedad respiratoria.
  • Casi 5 veces más probabilidades de tener asma.
  • 2,3 veces más opciones de adquirir una enfermedad respiratoria crónica. 

Fuente: Vivanco, E. (2022); Zonas de sacrificio en Chile: Quintero-Puchuncaví, Coronel, Mejillones, Tocopilla y Huasco, Biblioteca del Congreso Nacional. 

En este caso, la fuente estudiada explica que no se puede afirmar que el aumento de estas enfermedades se vincule a la exposición de termoeléctricas a carbón. No obstante, menciona que hay estudios que muestran que dicha exposición incide en una mayor tasa de morbilidad por enfermedades respiratorias.

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La perspectiva de la justicia ambiental

Enfrentar el problema de las zonas de sacrificio desde la óptica de la justicia ambiental y los derechos fundamentales implica buscar soluciones que garanticen un equilibrio entre:

  • El desarrollo industrial y el resguardo de los derechos de las comunidades afectadas. 

Pero partamos comentando que uno de los derechos constitucionales establece “el derecho a vivir en un medioambiente libre de contaminación” (Artículo 19 N°8 CPR). 

Lamentablemente, este derecho fundamental se ve vulnerado en las denominadas zonas de sacrificio.

Las sustancias contaminantes liberadas década tras década al suelo, aire y agua son la consecuencia de la falta de normativas ambientales sólidas y/o del incumplimiento de aquellas que están vigentes.

Los mismos habitantes de estas zonas y medios de prensa locales han levantado la voz para denunciar, por ejemplo, que industrias en Ventanas  han vertido residuos peligrosos en áreas no permitidas o que han manipulado sustancias de manera inadecuada. 

Queda así en evidencia la urgencia de fortalecer las regulaciones ambientales y sancionar a quienes las incumplen para salvaguardar la salud y los derechos de las comunidades afectadas.

Por otro lado, la aplicación efectiva de la Ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente o Ley 19.300 —que estableció en 1994 los fundamentos para la protección y gestión ambiental— se ve desafiada por la complejidad de los problemas ambientales actuales.

A ello, se suma la desconfianza de algunos habitantes de las zonas de sacrificio en el Programa para la Recuperación Ambiental y Social (PRAS), que se enfoca en la rehabilitación integral de las áreas afectadas, pues aun así siguen viéndose eventos de intoxicación, derrames, entre otros. 

Como sociedad civil, es imprescindible demandar un cambio significativo en las políticas ambientales y en la aplicación efectiva de las regulaciones existentes.